Moderno
"El Cuerpo y la Sangre" transcurre alrededor de una iglesia y esa iglesia no es ni más ni menos que la típica iglesia que queda en Vitacura con Alonso de Córdova, la que en 1961 estaba igualita, salvo casi todo lo que la rodea. En los planos abiertos la cordillera se aprecia como si estuviera ahí mismo, a dos pasos de la acción y Vitacura se ve medio despoblado, como si la iglesia fuese el edificio más alto del barrio (que seguramente lo era).
Frente a la iglesia habitan una serie de personajes por los cuales circula la acción. Los principales son: una niña de unos seis años, hija de madre soltera (o medio abandonada por el papá de la niña), la que no va a misa, pero parece intrigada por el ritual católico; y una mujer muy católica, muy enferma, muy fértil y prolífica, cuyos hijos es incapaz de cuidar por su enfermedad y que, para colmo del desamparo, es extranjera.
Estos dos personajes se cruzan cuando la hostia destinada a la enferma se pierde y es recogida de la calle por la niña, quien pese a no haber hecho la primera comunión igual se la come. Luego la niña se mete a misa camino a hacer unas compras. Tentada por la colecta, deja todo el dinero de su madre y cuando se arrepiente, no lo puede recuperar. La colecta de ese día va destinada a la misma mujer enferma de la hostia perdida de un comienzo.
De aquí en adelante, y pese a esta intriga inicial cargada de tierno humor, la peli entra en terreno místico. Nos mandamos casi una misa completa o quizá dos misas completas, en que distintos momentos de la eucaristía y su rollo sacrificial y de representación son descritos con devota cinematografía.
Al final, la niña y la mujer se encuentran y hacen una especie de arreglo que a ambas redime. Pero más allá del guión, cuya intriga central es un poco gruesa y cuyo contenido religioso se va haciendo más denso con el paso de los minutos (como si Sánchez hubiese ido perdiendo el pudor o siendo más maquiavélico, hubiese apostado a entusiasmar con una intriga clásica al principio para soltar la artillería pesada en la segunda mitad), lo que me parece que pone a esta película en otro nivel es su puesta en escena.
La composición es elegantísima y muy coherente a lo largo de toda la cinta. La cámara está la mayor parte del tiempo fija, pero elige con precisión los momentos en que se mueve, casi siempre momentos clave en que la trama atraviesa un pequeño quiebre o en que se inicia una nueva etapa en la narración. Notable el plano de la cordillera, donde la cruz de la iglesia brilla en la esquina inferior del cuadro. El montaje es interesante, ya que aunque siempre sobrio, modifica el ritmo al interior de la misa, dándole mayor intesidad al misticismo de la situación y optando por una descripción casi documental del rito.
Las actuaciones son muy sobrias, encabezadas por una niña francamente buena, que nos recuerda a la niña iraní de "El Globo Blanco", claro que con 44 años de anticipo y que sesea como el Presidente Frei. Conectada con el neorrealismo y con el nuevo cine chileno que en teoría parte como 5 años más tarde, pero que quizá parte acá mismo, que lo digan los especialistas, el realismo católico de Sánchez encierra más artificialidad, más set, sobre todo en las casas, y una mirada involucrada emocionalmente, pero más distante y más tranquila, no metida en medio de la acción como en el trabajo de Ruiz, Littin o Francia de aquel entonces.
Lo más débil me parece que es la música, cuya obviedad choca y hasta sobra, pero que destila el sentimentalismo de la época, supongo.
Como sea, creo que esta peli, quizá por la falta de una copia decente hasta ahora no había sido apreciada en su real dimensión y sospecho que debería ser considerada un clásico del cine chileno, que tan pocos clásicos nos ha entregado hasta el momento.
Rafael Sánchez, en mis tiempos de estudiante universitario, era un profesor impopular entre sus alumnos, aunque yo siempre tuve una relación muy buena con él. Su libro sobre el montaje es un clásico (y que leí entonces) y siempre oí entre personas mayores lo interesante que era su trabajo como cineasta y el referente que había sido para la generación que ahora tiene cincuenta. Me alegra saber que El cuerpo y la sangre ha salido a luz y que Rafael Sánchez recibe el elogio que se merecía.