Un Día sin Chilenos
Me acuerdo que una vez pasé un 18 en el avión. Además en Londres hubo varios 18 de septiembre sin chilenos, convertidos en un día más. En una ocasión, fuimos con mi novia de la época a una celebración en un bar irlandés que organizaba la embajada de Chile. Casi todos los chilenos que asistían eran exiliados e hijos de exiliados, gente que llevaba en Londres más de 20 y hasta 30 años. Nos tocó en una mesa con una familia de profesores que desde su llegada a Inglaterra 25 años antes se dedicaban a la limpieza en hospitales, trenes, bares. Conservaban una cierta dignidad académica pese a todo y contaban con orgullo su pasado como dirigentes gremiales. El hijo, Rodrigo me acuerdo que se llamaba, tenía unos 35 años y hablaba español con acento inglés. El tipo había sido enviado por sus padres comunistas a la universidad en Bulgaria. Parece que Bulgaria era un lugar de entrenamiento académico y paramilitar para los jóvenes de la izquierda en el exilio. Jóvenes que nunca llegaron a realizar las grandes tareas para las cuales fueron entrenados. Rodrigo pasó el primer año estudiando búlgaro. Su sueño era entrar a arquitectura. Sin embargo, fracasó en el examen de idioma y una prueba específica. Le dieron otras opciones para elegir y por descarte optó por estudiar cine. Después de todo era una cosa creativa. A los tres meses, el tipo se dio cuenta que el curso universitario de cuatro años que estaba haciendo no lo preparaba ni para la dirección de cine ni para la producción de cine sino que para la proyección de cine. Resignado, completó sus estudios y regresó a Londres. Todos sus amigos chilenos se casaron con búlgaras menos él. Tenía una novia que lo siguió a Inglaterra, pero a poco andar tuvo que dejarla ya que comprendió que estaba con él sólo por interés y lo presionaba para casarse rápido. Rod, que así se autodenominaba, contaba estas historias con una calma y una paciencia que detenían el tiempo. Sólo bebía Guiness. Fue el 18 de septiembre más chileno que alguna vez tuve.
Hoy comí camarones. Acabo de ver unos documentales espantosos. Lo mejor han sido dos cortos. Uno llamado "Más que el Mundo" de Lautaro Núñez de Argentina. Muy minimalista, sin diálogos, habla de un cazador cuyo único amigo es un perro. Cuando se enamora de la hija de un vecino sobreviene la desgracia. Es simple y bello, casi como un sueño. El otro corto notable se llama "Viaje" y es de la mexicana Gabriela Monroy. Versión chilanga de Hansel y Gretel, trata sobre un padre que decide deshacerse de su hijo autista en el metro de Ciudad de México. Muy elegante y sutil. Charlando con la directora me contó que tiró 15 mil pies de material para hacerlo. Es un corto de 10 minutos. 5 veces más que lo yo tuve para "XX". Hay dos cosas que me he dado cuenta que hacen los directores argentinos, mexicanos y brasileños que los ayudan a ser tan exitosos con sus proyectos. Uno: desarrollan a full. Cuando ganan becas para los guiones, paran de hacer cualquier cosa durante meses y sólo escriben y piensan. Dos: tiran muchísimo material. Por algo ha sido tan duro entrar a los festivales top. Está lleno de gente talentosa haciendo cosas buenísimas.
Más tarde veré un corto colombiano. El realizador llegó hoy. Los mexicanos dicen que ahora sí las fiestas van a poder durar hasta tarde.
Super buenos los últimos posts. Interesante el comentario sobre la actitud de los otros directores latinoamericanos. Yo soy en extremo disperso, pero debe haber algo chileno en eso. El viejo arquetipo del maestro de chasquillas haciendo de todo un poco. El tema del corto mexicano suena chido. Me recuerda a un cuento de Cortázar de un niño que abandona a su hermano tontito en el centro de Buenos Aires. Siempre encontré que era tremendamente filmable. Se nos adelantaron los mexicanos. Suerte en el resto del festival.