Caracol
No hago más que bajarme del bus en San Fernando, camino hacia el hotel y a quién veo paradito a la salida de un almacén: Villalón en persona. Quedamos de vernos hoy. Al final de la sesión matinal, donde hubo una charla de Sinteci (el sindicato de técnicos de cine), pasa a buscarme un chofer en un taxi azul y me lleva a la casa de Villalón. Lo encuentro borracho, junto a dos chicos de ojos claros, que según me explicó eran unos vecinos que lo estaban ayudando con labores del hogar. Partimos en el mismo taxi a un restorán en las afueras de San Fernando, medio elegantón. Villalón venía con ese aire fantoche que ha desplegado en nuestros últimos encuentros, aunque está vez lo vi más abatido, seguramente por el avance de la enfermedad.
Mientras almorzábamos, recordamos la primera vez que lo visité, junto a Waissbluth, en Lautaro. Me explicó como pasó los 5 años que transcurrieron hasta que logramos hacer la película. Lo mágico y misterioso que fue nuestro encuentro en Concepción, donde pasé horas deambulando por oscuros laberintos en su búsqueda. Villalón ahora seguía tomando y apenas podía modular. Los demás clientes y los mozos nos miraban de refilón. Yo debía hacer un esfuerzo para entender algo. Pero Villalón me pidió que escuchara con atención. Me dijo que conocerme había sido algo muy importante en su vida. Que gracias a "El Tesoro de los Caracoles" había recuperado el respeto de su familia, había recordardo quién era él y qué cosas había soñado y en resumen había recuperado las ganas de estar vivo. A esas alturas yo empecé a sospechar que sería la última vez lo que vería y acto seguido, él mismo me lo dijo con su meloso estilo retórico.
Yo me puse a pensar en las cosas increíbles que pasan cuando uno colabora con otros en trabajos artísticos, en que uno le debe algo a ellos y ellos a tí, y en esas entregas se produce un vínculo que a veces es secreto y otras veces es visible. Yo ya estaba auxiliando a Villalón con los tenedores que se le caían y las palabras que se le enredaban. Llamé al mozo y tomé control de la situación. Organicé el viaje de regreso y dejé que Villalón se apoyara en mi brazo para poder caminar hasta el auto.
Cuando nos despedimos volvió a darme las gracias y me dijo que me quería mucho, que me amaba como a un hijo. Luego se corrigió: como a un amigo. Villalón me hizo recordar cosas importantes que quizá se me estaban olvidando. Hasta me hizo sentir una buena persona. No es poco cuando uno se siente tan como las hueás.
"Fue un placer haber tocado contigo esta noche" es la frase que aconsejo decir a alguien a quien ves por última vez. Fue lo que dijeron los músicos en la película Titanic cuando el barco se estaba hundiendo.
Debería escribir un manual sobre estas cosas. Me gustaría, si tuviera tiempo.