Tardes de Cine

Ficciones, Mentiras e Ilusiones Ópticas de la Vida Real

14.12.07

Fetiche

Hoy ocurrió uno de esos momentos mágicos que uno a menudo cree que sólo ocurren en las películas, o con mayor frecuencia, en las series de tv gringas.
Voy a empezar a contar la historia por el principio: desde que terminé de rodar "Ilusiones Ópticas" tengo una molestia en el hombro. Nada tan grave, no es que me inhabilite en la vida diaria, pero me jode mucho al realizar una actividad importante de un tiempo a esta parte: nadar. Lo raro del asunto es que estuve nadando 1500 metros todos los días como durante 6 meses antes de rodar, sin ningún problema. Entré a pre y a rodaje, estuve 3 meses fuera de las piscinas, y cuando regresé me dolía el hombro. Al principio era un dolor suave y cuando se incrementó fui al doctor. El tipo me revisó, me mandó a hacer exámenes, los revisó, me dijo que tenía tendinitis, que tomara un antiinflamatorio 10 días, parara de nadar y a la vuelta de los 10 días iba a estar ok.
Hice caso en todo, pasaron los 10 días, empecé a nadar otra vez, pero de a poco. Intercalando nado con trote, justamente para que fuera todo más suave. La tercera vez que nadé me dolía otra vez el hombro. Pues bien, decidí cambiar de doctor. Fui donde un médico que me tenían hiper recomendado. Llegué puntual y me sorprendí de lo bonito que se veía Vitacura desde el sexto piso de la Clínica Alemana diez para las nueve de la mañana. Al toque, me llamaron por un altavoz, me dirigí a la consulta, saludé al doc y tomé asiento. En ese momento se produjo el momento mágico. El tipo se sienta, me pregunta qué tengo y desde el escritorio recoge una lapicera Lamy amarilla, modelo Safari, jugando con ella en el aire, como si fuera a escribir algo (lo que recién empezó a hacer luego, cuando ya iba más avanzada nuestra conversación). Nunca he sido muy apegado a las cosas, pero si hay algo en la vida que amo son mis lapiceras Lamy. Tengo varias: una azul, una transparente y una amarilla, igualita, idéntica a la del doctor especialista en hombro que ya me iba revisando con ayuda de un doctor más joven que seguramente estaba aprendiendo, miraba mi ecotomografía en un panel de luz y garabateaba alguna chorrada con esa lapicera tan linda, distinguida, simple, una verdadera joya del diseño.
Me sentí como esa amiga que tenía en Londres que no tomaba taxis cuando el chofer tenía acento del norte de Londres (ella era del sur). Me di cuenta que por fin había encontrado un doctor que me comprendería. El tipo me iba recetando unos remedios y me mandó a kinesioterapia. Todo anotado velozmente con la Lamy, cuya pluma se deslizaba sobre los recetarios con esa suavidad que ningún usuario de lapiz pasta ni siquiera remotante sospecha. Todo el rato me estaba aguantando de mencionarle lo que teníamos en común y no podía sacarle los ojos de encima a la famosa lapicera. Tampoco me parecía algo negativo, por el contrario, era algo que podía vincularnos, un gusto compartido, como dos personas que toman la misma cerveza (no como una vez que fui a una reunión y la otra persona se dio cuenta que andábamos los dos con el mismo pantalón, eso fue un poquito ridículo).
Finalmente se lo dije. Justo antes de irme. No me pescó mayormente. Dijo algo así como: "ah, sí". A la salida caminé por Manquehue más tranquilo, más liviano, confiado en que este doctor es la persona correcta. Definitivamente va a curar mi dolencia.

1 Comentarios:

  • At 12:34 PM, Anonymous Anonymous said…

    Es totalmente Seinfeld la historia. George Constanza podría encontrar bueno un doctor por tener su misma lapicera. Sólo tenemos que encontrar dos historias paralelas y pensar como unirlas en un chiste final, que tenga que ver con la lapicera, por cierto.

     

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