Whisky con Hielo
La peli estaba ok. Era de una de esas pelis que se pueden rotular como "canto a la vida", sumado aquí el subgénero "canto a la justicia". Al poner en la batidora el tema ecológico con el tema feminista y de paso el abuso de las corporaciones, pocos pueden disentir de los motivos que mueven a la protagonista. Convenientemente el director omite los momentos más lateros del juicio o del árbitraje, lo que hace de ésta una peli sobre una controversia legal sin muchos momentos abogadiles y que a la larga se agradece. Pero quedo con la sensación de que es poco más que eso y que en aquellos años en que no tenía tele y debía ser más selectivo con las pelis que veía, opté bien al saltarme a "Erin B.". No me emocionó más que leer el artículo en ese suplemento dominical y más bien me hizo fantasear con películas semejantes sobre nuestros propios casos emblemáticos de abuso: Retaguardia Films presenta "El Cura Jolo" o si no, Retaguardia Films presenta "La Planta de Celulosa". Lástima que a diferencia de USA donde una vez a las quinientes aparece una Erin B., aquí debamos contentarnos con esos pequeños momentos de ilusión de justicia, como los que se vivieron cuando Pía Guzmán denunció la existencia de unos videos comprometedores, videos que según una persona cercana al caso me contó, vio todo el mundo, desde el Juez Calvo hasta el Presidente Lagos, pero que luego desaparecieron como por arte de magia. Sobre la planta aún no se ha dicho la última palabra, pero tengo la cochina sensación que los poderosos van a encontrar la manera, de formas oscuras y oblicuas, para seguir adelante con la ponzoñosa planta, sin importar demasiado las consecuencias que eso acarree para la ciudadanía, sin importar demasiado que haya 5000 Erin B.s en la ciudad de Valdivia exigiendo apenas un poco de respeto.
Por suerte para no caer en un pozo de amargura existen películas hermosas que estudian nuestros días melancólicos y una de esas películas se llama "Whisky". La vi ayer en el Parque Arauco después de almorzar con mi abuela, quien no consiguió pinche alguno en su paseo a Las Termas (por cada viejo presente, había una esposa del brazo y dos o tres viejas solas con el colmillo largo, en palabras de mi abuela eso se llama competencia desleal). Hace tiempo que venía escuchando elogios de esta peli, cuyo jefe de producción, Diego Fernández, conocí el año pasado en Argentina en el Taller Colón. El botín obtenido por "Whisky" en los festivales del último año es elocuente: dos premios en Cannes, el Goya, algo así como otros diez premios menores. La película es sobria sin transar. Básicamente la historia se reduce a esto: hombre judío, dueño de fábrica de calcetines en decadencia recibe la visita de su hermano exitoso que reside en Brasil y le solicita a su fiel empleada de la fábrica que se haga pasar por su esposa. Un intento por no parecer tan perdedor ante su hermano, que a juzgar por las fotos de sus hijas, está casado con una de esas mujeres brasileñas que son guapas a más no poder. La descripción de la rutina está marcada por dos secuencias idénticas, plano por plano, en que el tipo abre la fábrica en la mañana. Un pequeño cambio en los textos acaba con la sospecha de que estás viendo de nuevo lo que ya viste y que tiene la virtud de dejar sellado en el espectador el recuerdo de esa secuencia, ya que al final de la película, con la rutina rota, será esa misma secuencia la que volveremos a ver, pero con una diferencia esencial. Mucho humor absurdo. Nostalgia. Una decadencia en todos los elementos de decoración que según entiendo y me tocó ver cuando fui a Uruguay el 2003, son datos de la causa. Hay zonas de Montevideo que se han cubanizado, por citar textual a una uruguaya con qué charlé en esa ocasión. Ante eso, el recurso habitual es la fuga y lo que queda se cae a pedazos. Esa atmósfera está en Whisky.
Dos cosas me quedaron dando vueltas al final, mientras caminaba por el mall apestoso a pop corn. En los agradecimientos, además de amigos y familiares, figuraba Aki Kaurismaki, quien definitivamente parece el referente más directo de esta y varias otras películas rioplatenses (no quiero ofender a los uruguayos diciendo que son todas argentinas) que vienen destacando en los últimos 4-5 años.
Sin embargo, ese estudio de la melancolía que caracteriza al cine de Kaurismaki parece estar vinculado al modo de ser de los nórdicos y en el caso del nuevo cine argentino, la sensación que uno se lleva es que la nostalgia que aparece en las películas más tiene que ver con el gusto refinado de los directores y con la crisis social que se vive desde la gran crisis argentina (donde el silencio y la perplejidad no han sido precisamente los modos de vivir el shock, como sabemos gracias a la TV). Puedo equivocarme, pero quedo con la sensación que, con la salvedad de la decadencia material que describe "Whisky", hay allí un estado de ánimo melancólico o derechamente depresivo, una cosa de no decir las cosas por su nombre y negarlas hasta que se manifiestan de alguna forma torcida, que más tienen que ver con el modo de ser reservado de los chilenos (o incluso peruanos o bolivianos), que con el modo de ser rioplatense. Puedo estar equivocado, pero eso pensé mientras cruzaba la Kennedy por un paso sobre nivel. Los inexpresivos y trancados somos nosotros. No digo que sea un mérito, pero aún no hemos cambiado tanto, por más que llevemos quince o veinte años de éxitos macroeconómicos. ¿Por qué entonces el cine chileno no hace películas como ésta?, seguí pensando mientras esperaba la micro. En cierta medida, directores de la nueva generación como Torres Leiva o Alicia Scherson o Pamela Espinoza, están buceando en ese estanque. De los mayores, tal vez Ruiz y a ratos Justiniano, pero muy lejos de la sobriedad de "Whisky" y muy lejos de la sobriedad de los chilenos, que finalmente es lo que nos preocupa. La adaptación de Coloane era una oportunidad que Littin no aprovechó. El frío emocional es un terreno que parece inexplorado por nuestros cineastas, a pesar de ser nuestro hábitat. Sospecho que hay allí un iceberg sumergido y enorme esperando que alguien lo observe. La micro ya enfilaba rumbo a Providencia.
No he visto Whisky, pero es interesante la reflexión. En primer término lleva a pensar que el cine, sobretodo tercermundista, es un arte de elite que representa más a realizadores puntuales que a sus "pueblos".
Por otro lado, me parece que el grado de introversión o frialdad varía dependiendo de qué lado del River Plate te encuentres. De alguna manera los Uruguayos son como Bonaerenses tristes; argentinos quitados de bulla. Es la sensación que tengo, puedo equivocarme... En ese sentido Whisky o 45 watts (que si vi) reflejarían bastante el tedio y los horizontes chatos de Montevideo, creo.