Postales
En fin, Carlos Cerda, nuestro maestro, no era un tipo brillante. En muchas ocasiones era latero, sentimentaloide, tenía mala memoria y era literariamente un conservador. Sin embargo, logró mantener con vida este grupo durante dos años y tenía raptos de lucidez en que nos dijo cosas maravillosas en esos salones increíbles de la Biblioteca Nacional (si no me equivoco sesionábamos en el Salón Investigadores). Por sobre todo, amaba la literatura y eso se notaba. Y escribía buenos textos. "Morir en Berlín" me parece que es una novela que respira. Siempre he pensado que Cerda es un Ariel Dorfman al revés. Cerda sin ser una luminaria, se despachó un par de novelas notables. Dorfman, en cambio, es un tipo que desborda inteligencia y ha sido capaz de convertirse en un star literario, pero sus textos dan pena.
Recuerdo el día de la muerte de Cerda. Estábamos con Franz en Madrid y nos enteramos al leer los diarios chilenos en internet. Luego procedimos a un bar y un réquiem etílico que duró varias horas. Anoche Larissa Contreras evocó el día de la muerte de Cerda durante la presentación de su libro. Cuatro días antes, ella le había mostrado el último cuento que terminó por entrar al libro y Cerda, además de comentarlo y elogiarlo, le dio la clave que unía los textos en un solo volumen: los sueños de mujeres de clase media. Ése fue uno de los raptos de lucidez de Cerda, porque al recordar los cuentos de Larissa justamente se me vienen a la mente imágenes que hablan de eso: una chica que le arrebata la máquina a un maestro y en plena Alameda taladrea el asfalto posesionada de un rol de dentista de las calles, otra que viaje en una micro llena y pincha entre los sobajeos.
Fue bueno haber estado ahí y tener un ejemplar de ese libro que en 1997 se estaba incubando y ocho años después ya es libro.
Increíblemente y aunque a Larissa ya no la veo casi nunca, fue bueno sentirme un poco parte de esa historia y recordar esos días en que soñaba con escribir novelas más que con hacer películas. Me dieron ganas de saber de los otros chicos del taller y si no verlos, al menos leer sus textos o si ya no escriben, saber qué hacen. Algo como una postal de otra época. Fugaz. Igual que la invitación, una postal claro, que recibí en mi oficina dos horas antes del evento. Por lo menos no ocurrió como otras veces en que las invitaciones llegan al día siguiente.
Tanto tiempo ha pasado, eh.
Como que uno no se da cuenta, como que a veces el pasado más que un recuerdo es una postal, una imagen inmóvil, una tonalidad sepia grabada en el cerebro.
Buen tipo, Cerda. Escritor tardío, le decían, por haber publicado su primera novela como a los treinta y cinco años. Y lúcido, a veces, viendo invisibles cartas que pasaban bajo los mesones de la Sala Investigadores de la Biblioteca Nacional, los martes entre siete y nueve de la tarde.
¿Recuerdas esa vez que tomamos ron, uno que había traido Nona de Cuba?¿O la máquina Xerox que era una maravilla fabricando libros en la mitad de la Feria del Libro del 98?
Uff.
Nostalgia, que le dicen.
Nos vemos.