Colegio
El otro día fui al Colegio Alemán de Valdivia a mostrar mis cortos y a participar de una jornada vocacional. Fue una experiencia curiosa. Hace un montón de años que no iba a mi primer colegio y las cosas, era que no, estaban un poco distintas. El patio donde hacíamos las clásicas guerras de cachimbas en los 80 parecía bastante más chico. Sobre todo mirado desde el segundo piso del edificio de nuevo que fue construido donde en mis años había una cancha de fútbol de ceniza, la misma cancha donde varias veces se me pelaron las manos, las rodillas, los codos en apasionadas pichangas infantiles (una vez caí de bruces y terminé con varias piedras minúsculas metidas bajo la piel de mis manos, directo a urgencia al hospital y a la antitetánica, nunca supimos si me caí solo o mi amigo Jean Paul Gipoulou me hizo una zancadilla).
Me dio la impresión que los alumnos eran más desenvueltos que nosotros en esa época, pero puedo estar equivocado. En la mesa redonda vocacional donde estuve en la mañana estaba mi primo Juampi y entre los otros expertos participantes estaba Martin Schwarzenberg, que era compañero de mi hermana Daniela y trabajó en Alemania como mecánico de fórmula uno. El profe a cargo de todo era el señor Grossolli, quien fue mi profesor de historia en 1988 y ahora 20 años más tarde, tiene un cargo directivo en el colegio. Mientras sacaba estas cuentas, llegaba a la conclusión que Grosolli debe haber sido jovencísimo cuando me hizo clases hace 20 años, ni siquiera siento que ahora sea mucho mayor que yo.
Los cortos los proyecté en la tarde en el recién inaugurado auditorium. Por culpa de la función, hubo que suspender el ensayo del grupo de teatro. En mi época cuando ensayábamos "el Flautista de Hammelin", las sesiones eran en el gimnasio mismo, no muy lejos de donde otra gente jugaba voleibol o hacía gimnasia en aparatos. Recuerdo que en un momento estuve a punto de claudicar. Me producía angustia que los textos de la obra fueran en alemán y pensaba que no iba a ser capaz de aprendérmelos. Las frases en alemán son, por lo general, muy largas y yo tenía sólo 10 años. Pero mi madre supo convencerme de lo contrario. Y me alegra que todavía exista un grupo de teatro pese a todos los cambios.
Como suele ocurrir, "El Tesoro de los Caracoles" desató bastantes risas. Alguno que otro alumno ya sabía de "Ilusiones Ópticas". Una de las chicas era la nieta de la señora en cuya casa rodamos la locación de David (o sea, debe haber sido la hija de Chumilla Ziegele, quien lamentablemente no llegó a salir en la escena de básquetbol). En esa casa penaron mientras estábamos trabajando. El equipo de arte al menos nos dio esa explicación para justificar el extravío de algunas cosas, como una webcam. No es la primera vez que escucho que un muerto se mete a internet. Tal vez el más allá es un lugar que se encuentra conectado por una puerta al ciberespacio. Lo que sí es novedad es que alguien que está muerto quiera usar webcam.
Antes de irme, no pude evitar darle un vistazo a la pista de rekortán. Yo participé en el torneo de inauguración de esa pista el año 1984, cuando de rekortán nada. La pista era de maicillo, un maicillo suelt que exigía usar clavos de 15 centímetros para tener alguna clase de agarre. Cuando salí del colegio, olvidé una identificación plástica de visita que me dieron en la entrada. En mi época nada de eso existía, pero las cosas han cambiado. Yo pensé que era un tema de seguridad, pero al parecer se trata más bien de desincentivar a ciertos apoderados a pasar tanto tiempo en el colegio, dando vueltas, echando el pelo, matando el tiempo. Un apoderado llegó a repasar la sala de profesores tratando de vender trajetas de crédito. La gente es igual en todos lados, pensé cuando me contaron este cuento. Valdivia es una ciudad más moderna de lo que parece a simple vista.
Me dio la impresión que los alumnos eran más desenvueltos que nosotros en esa época, pero puedo estar equivocado. En la mesa redonda vocacional donde estuve en la mañana estaba mi primo Juampi y entre los otros expertos participantes estaba Martin Schwarzenberg, que era compañero de mi hermana Daniela y trabajó en Alemania como mecánico de fórmula uno. El profe a cargo de todo era el señor Grossolli, quien fue mi profesor de historia en 1988 y ahora 20 años más tarde, tiene un cargo directivo en el colegio. Mientras sacaba estas cuentas, llegaba a la conclusión que Grosolli debe haber sido jovencísimo cuando me hizo clases hace 20 años, ni siquiera siento que ahora sea mucho mayor que yo.
Los cortos los proyecté en la tarde en el recién inaugurado auditorium. Por culpa de la función, hubo que suspender el ensayo del grupo de teatro. En mi época cuando ensayábamos "el Flautista de Hammelin", las sesiones eran en el gimnasio mismo, no muy lejos de donde otra gente jugaba voleibol o hacía gimnasia en aparatos. Recuerdo que en un momento estuve a punto de claudicar. Me producía angustia que los textos de la obra fueran en alemán y pensaba que no iba a ser capaz de aprendérmelos. Las frases en alemán son, por lo general, muy largas y yo tenía sólo 10 años. Pero mi madre supo convencerme de lo contrario. Y me alegra que todavía exista un grupo de teatro pese a todos los cambios.
Como suele ocurrir, "El Tesoro de los Caracoles" desató bastantes risas. Alguno que otro alumno ya sabía de "Ilusiones Ópticas". Una de las chicas era la nieta de la señora en cuya casa rodamos la locación de David (o sea, debe haber sido la hija de Chumilla Ziegele, quien lamentablemente no llegó a salir en la escena de básquetbol). En esa casa penaron mientras estábamos trabajando. El equipo de arte al menos nos dio esa explicación para justificar el extravío de algunas cosas, como una webcam. No es la primera vez que escucho que un muerto se mete a internet. Tal vez el más allá es un lugar que se encuentra conectado por una puerta al ciberespacio. Lo que sí es novedad es que alguien que está muerto quiera usar webcam.
Antes de irme, no pude evitar darle un vistazo a la pista de rekortán. Yo participé en el torneo de inauguración de esa pista el año 1984, cuando de rekortán nada. La pista era de maicillo, un maicillo suelt que exigía usar clavos de 15 centímetros para tener alguna clase de agarre. Cuando salí del colegio, olvidé una identificación plástica de visita que me dieron en la entrada. En mi época nada de eso existía, pero las cosas han cambiado. Yo pensé que era un tema de seguridad, pero al parecer se trata más bien de desincentivar a ciertos apoderados a pasar tanto tiempo en el colegio, dando vueltas, echando el pelo, matando el tiempo. Un apoderado llegó a repasar la sala de profesores tratando de vender trajetas de crédito. La gente es igual en todos lados, pensé cuando me contaron este cuento. Valdivia es una ciudad más moderna de lo que parece a simple vista.