Tardes de Cine

Ficciones, Mentiras e Ilusiones Ópticas de la Vida Real

25.2.09

Me hubiese gustado dirigir este comercial



Como estoy de vacaciones, llegué a esto. No sé cómo describirlo y la verdad es difícil creer que algún ejecutivo de marketing haya dado la luz verde y haya estado convencido que así iban a levantar las ventas de los productos MAC. Pero ese ejecutivo existe y me gustaría ser su amigo. En eso me llama y me pide dirigir alguna otra de las barbaridades que se le ocurre aprobar el mismo día en que los psicotrópicos corren por su torrente sanguíneo. Si yo hubiese dirigido esto, el más feliz de todos sería Seba Muñoz. ¿O no Sebita?

11.2.09

Warren y el ukelele

Dos artistas neoyorquinos deciden hacer su propia pequeña contribución a la superación de la crisis. Hacen un concierto de ukelele en Williamsburg y donan la totalidad de la recaudación a... Warren Buffett!
Seguramente este tipo ha apelado a las malas artes para reunir su cuantiosa fortuna, pero al menos al igual que este par de pelacables la está donando casi entera y es un fan del ukele. Ojalá los millonarios chilenos tuviesen una pizca del encanto y buen humor de Warren Buffett. Lo que más me gusta es la razón por la cual el pelmazo decide aprender a tocar el ukelele. Y ojo con el ukelele, ya que como dicen los entrevistadores, después de todo Obama más que el primer presidente negro es el primer presidente hawaiano en la historia de los Estados Unidos.

1.2.09

Abastecimiento

Un día en París volví del supermercado y descubrí por qué a veces cuando llego a casa y guardo mis compras me faltan cosas. Uno a veces sospecha del niño que guarda o del cajero o de uno mismo y su mala memoria o del desorden que ha llevado a que la boleta no esté por ningún lado y sea imposible corroborar si uno pagó o no pagó por el artículo que uno echa en falta. En París me pasó lo opuesto: había entre mis cosas un artículo que no era mío y por el cual yo no había pagado: una lata de garbanzos. Pensé en el pobre tipo que antes o después que yo pasó por la misma caja de ese supermercado de la Rue Saint Maure y que al llegar a casa pensó: ¿dónde carajo está mi lata de garbanzos? Revisó su boleta y comprobó que había pagado por ella. Maldijo y se conformó. Se fue a dormir sin una explicación certera. En una de ésas no se dio ni cuenta, pero su lata de garbanzos estaba en mi poder.
Ayer me acordé de esa historia cuando comprando en el Jumbo Bilbao nuestras tres bolsas de compra desaparecieron del carro como por arte de magia. Una de género topísima, una de malla y una grande azul calada, de tan buen tamaño que hasta para rodajes ha servido (rodajes pequeños, pero igual). Pero así como uno puede, por error, de buena fé, equivocarse y partir con un tarro de garbanzos a casa y no darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde, es bastante difícil que pase lo mismo, no con una, sino que con tres bolsas de compra no desechables, lindas, prácticas, duraderas. ¿Un fabricante de bolsas de nylon promueve el robo hormiga de bolsas de género? ¿Es eso posible?
Avisamos a informaciones y a los guardias de seguridad, quienes reaccionaban soltando textos como éste: "chuta, de nuevo" con un aire de resignación, como si el calor veraniego les tuviese más cansados que de costumbre, derechamente relajados, laxos incluso, medio dormidos. Decidí partir a las cajas y repasarlas una por una en busca de las bolsas perdidas, pero mi investigación dio nulos resultados.
No nos quedó otra opción que usar las mismas bolsas plásticas que siempre hemos despreciado e imaginar la cara de satisfacción de quién sea que robó nuestras bolsas llegando a casa, guardando su mercadería y colgando las bolsas en un lugar destacado de la cocina. Dejarlas ahí descansar hasta que sea necesario un nuevo viaje de abastecimiento.
 
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