Amigo Secreto
A propósito del año nuevo mandé un breve saludo a un montón de gente por correo electrónico, entre ellos varias personas a las cuales les he perdido la pista en los últimos años. De a poco se han ido acumulando las respuestas en mi casilla de yahoo, desde distintas partes del mundo, algunos más sucintos que otros. Increíble la cantidad de gente con que uno ha tenido alguna clase de relación (suficiente para intercambiar unos cuantos correos electrónicos), que de golpe y porrazo se pierde de tu vida y de pronto empiezan a ser sólo eso: la sombra de una dirección de correo electrónico, de la cual recibes noticias con suerte una vez al año.
Ayer fui a cenar donde mi amigo Pepe, que vive en un precioso edificio en la calle Condell junto a Camila, su mujer. Me mostró un adelanto de un documental sobre el Teniente Bello. Era interesante que Maturana decía, firme en su apego a la teoría de sistemas, que decir que Bello estuviese perdido era una afirmación nuestra, porque desde la posición de Bello nunca estuvo perdido (en rigor, quizá lo estuvo, pero nunca volvió para que podamos hacerle la pregunta).
Con toda esta gente esparcida por el mundo (o por Santiago incluso, pero que misteriosamente uno nunca se topa) pasa algo más o menos parecido la mayor parte del tiempo.
Lo fuerte es cuando uno empieza a tener en su correo electrónica direcciones de personas que ya murieron. Casi los incluí en mi saludo. Capaz que alguno me hubiese respondido (una vez una ex se encontró con su abuelo muerto en messenger, pero resultó ser que el viejo tenía configurado el compu para que se abriera en forma automática y algún pariente revisaba el armatoste con el ánimo con que se repasan las pertenencias de un difunto). Tengo el mail de Roberto Bolaño, con quién hablé varias veces por teléfono, y el de Paul Fraser, un australiano con el que trabajé en Londres durante tres años, cuyo sentido del humor era seco y parco.
Como dos años antes de morir en Estados Unidos durante unas vacaciones, Paul tuvo la genial idea de usar el amigo secreto de nuestra oficina para hacerme una broma. Como se la había olvidado comprarme un regalo y yo el día anterior había terminado de producir un show infantil de unos osos de peluche que trabajaban en una fábrica, el muy cruel me envolvió un DVD del maldito programa y le puso un post-it que decía un juego de palabras. No me acuerdo bien el sentido, pero era algo como: tu pesadilla regresa en Navidad y un :). Fui el único sin regalo. Murió mientras vitrineaba en Seattle. Hubo un choque. Un auto salió volando hacia la vereda. Todos alcanzaron a huir a tiempo y salieron ilesos, menos él.
Más perdido que Paul Fraser.
Ayer fui a cenar donde mi amigo Pepe, que vive en un precioso edificio en la calle Condell junto a Camila, su mujer. Me mostró un adelanto de un documental sobre el Teniente Bello. Era interesante que Maturana decía, firme en su apego a la teoría de sistemas, que decir que Bello estuviese perdido era una afirmación nuestra, porque desde la posición de Bello nunca estuvo perdido (en rigor, quizá lo estuvo, pero nunca volvió para que podamos hacerle la pregunta).
Con toda esta gente esparcida por el mundo (o por Santiago incluso, pero que misteriosamente uno nunca se topa) pasa algo más o menos parecido la mayor parte del tiempo.
Lo fuerte es cuando uno empieza a tener en su correo electrónica direcciones de personas que ya murieron. Casi los incluí en mi saludo. Capaz que alguno me hubiese respondido (una vez una ex se encontró con su abuelo muerto en messenger, pero resultó ser que el viejo tenía configurado el compu para que se abriera en forma automática y algún pariente revisaba el armatoste con el ánimo con que se repasan las pertenencias de un difunto). Tengo el mail de Roberto Bolaño, con quién hablé varias veces por teléfono, y el de Paul Fraser, un australiano con el que trabajé en Londres durante tres años, cuyo sentido del humor era seco y parco.
Como dos años antes de morir en Estados Unidos durante unas vacaciones, Paul tuvo la genial idea de usar el amigo secreto de nuestra oficina para hacerme una broma. Como se la había olvidado comprarme un regalo y yo el día anterior había terminado de producir un show infantil de unos osos de peluche que trabajaban en una fábrica, el muy cruel me envolvió un DVD del maldito programa y le puso un post-it que decía un juego de palabras. No me acuerdo bien el sentido, pero era algo como: tu pesadilla regresa en Navidad y un :). Fui el único sin regalo. Murió mientras vitrineaba en Seattle. Hubo un choque. Un auto salió volando hacia la vereda. Todos alcanzaron a huir a tiempo y salieron ilesos, menos él.
Más perdido que Paul Fraser.
Pobre Mr Fraser, a lo mejor trataba de ponerse al día con su regalo.