Así debió llamarse en español la última película de PT Anderson recientemente estrenada en Chile. Su título inglés "There will be blood" no figuraba en pantalla hasta que ya habían transcurrido los 157 minutos de duración que tiene la cinta. Sin embargo, por ahí por lo 10 minutos, cuando el protagonista Daniel Plainview (encarnado por un correcto Daniel Day Lewis) ya empezaba a descubrir la manera de sacarle petróleo a la tierra, empezaban a surgir de todos lados los costos personales y sociales que este personaje y su comunidad iban a tener que pagar para cumplir con este sueño, que no es otra cosa que el sueño americano. De alguna forma esta película trata de eso: de lo que significa ser gringo y creo que vale la pena preguntarse por qué Anderson elige esa pregunta ahora y justamente con una historia en que el petróleo está al centro de todos los conflictos y todos los deseos de una comunidad descontextualizada y centrada sobre sí misma de una manera pavorosa.
Fuera de la duración, esta película tiene pocas cosas en común con el resto de la filmografía de PT Anderson ("Magnolia" dura más de 3 horas, "Boogie Nights" más de dos horas y media, mientras "Hard Eight" y "Punch Drunk Love" andan en duraciones más estándar). De hecho mi primera impresión en el cine fue: esta película no parece película de PT Anderson. No estaban los largos planos secuencias, ni los dollies hiperexpresivos, ni los encuadres simétricos, ni los contraluces, ni el tono a medio filo entre dramático y ligero. Pero en algo sí se parecía al resto: es una obra excesiva, por donde se le mire. Me encontré con Alicia Scherson a la salida de la película y ella observó una segunda cualidad común: aparenta ser una película convencional, pero fuera de las apariencias, si uno se fija bien, es extrañísima. Han pasado 24 horas desde esa conversación sentados en la barra de Roco's Pizza y creo que Alicia tiene razón.
Hay varios momentos en que la puesta en escena sí adquiere una cualidad más Anderson, por decirlo de algún modo, por ejemplo, una escena de prostíbulo filmada en un solo plano muy cerrado con una pequeña acción de fondo y unas risas amenazantes fuera de campo o una escena que pudo ser sensiblera en manos de otro director como el reencuentro de un padre con su hijo registrada en un plano abierto muy largo que apenas dejaba ver la cara del personaje, no sabemos si por una mezcla de pudor o justamente insinuando el compromiso de la mirada misma con la dureza interna que el propio personaje se ha autoimpuesto de forma tan implacable. Y es que ésta es básicamente la historia de un personaje: Daniel Plainview. Day-Lewis está en cuadro en el 90% de las escenas.
Su contrapunto, el segundo poder en la comunidad, lo ofrece Eli Sunday, un predicador que básicamente es presentado como un tipo igual de ambicioso que Plainview, con la misma configuración y manejo, pero simplemente operando en un nicho distinto, el biznes de la fe. No es una mirada hermosa la que la película nos ofrece, como pueden ver. Y ahí es cuando uno se pregunta si el título de la película, en tiempo futuro pese a tratarse de una peli de época, no será una afirmación (o quizá una pregunta) con respecto a lo que viene para los Estados Unidos de América.
En mis épocas de sociólogo leí un libro de Daniel Bell que me impresionó mucho: "Crime as an American Way of Life". Bell hacía un análisis histórico de las distintas comunidades de inmigrantes: ingleses, irlandes, italianos, rusos. Su conclusión era radical: siempre al llegar los europeos se han comportado como criminales, ya que el crimen ha sido la única forma de acumular capital en forma rápida. La segunda generación tiene capital, pero le falta el prestigio, pese a que no necesitan ser criminales. La tercera ya consigue el esquivo estatus y reescribe o maquilla la historia de su propia comunidad, defendiendo lo conseguido de la manera más cínica: marginalizando a los recién llegados y tratándolos como criminales. Pese a no ser una historia de inmigrantes, recordé a Daniel Bell mientras estaba en el Hoyts La Reina.
En términos dramáticos no es una peli nada de clásica, no hay tres actos claros ni quiebres. Su música es estridente y permanente. No hay una gota de humor ni mucho menos romance o cuerpos femeninos desnudos (en el prostíbulo, las chicas están en off). Es básicamente la historia de un ascenso permanente. Desde el trabajo bruto y físico en medio del desierto hasta una refinada mansión de aristocráta, todo en una misma generación. Y más que quiebres dramáticos o un cierto suspenso en que uno viva la típica intriga: lo logrará o no, los contratiempos que el personaje acumula son al final puros malos recuerdos. Mal karma. Como dice uno de los personajes: esas cosas de las cuales no queremos hablar. Un precio que paga su cuerpo, su familia, su integridad, pero no hay ni una sola instancia de redención o, por último, negociación interna con la crueldad. Todos sabemos como terminan esas historias.