Vogue
Hoy fue un día productivo. Llevo 35 páginas con diálogos del guión que estoy escribiendo, fijé casi todas mis reuniones de la próxima semana en España y hablé con el productor portugués para afinar detalles y todo indica que nuestro atrevimiento en algunas propuestas no tuvo efectos secundarios.
En la mañana me fui a la British Library, uno de mis lugares favoritos en Londres. Para resumir, por fuera parece un templo chino y por dentro parece un taller industrial, pero donde en vez de producir zapatos, por decir algo, se lee. Son unos galpones enormes con tanta gente leyendo, que siempre me dio ese feeling fabril.
A las 6 partí al cine de la BAFTA, la academia cinematográfica británica, cuyos premios bautizados creativamente como los BAFTA awards son el oscar de los ingleses. La ocasión: el estreno del largometraje mexicano-británico "Un Conejo en la Luna". Me costó bancarme la peli completa. Muchos baches. Un elenco mexicano bueno, pero unos actores británicos de segunda, clichés a la orden y un final abierto insoportable para una peli tan derechamente de género. No me retiré antes por solidaridad con el director y el productor que estaban sentaditos en primera fila. Lo bueno fue que en las chelas previas conocí a un par de productores a los cuales les conté el cuento de Retaguardia y quedaron de ir al estreno británico de "Los Debutantes", programado para el 15 de julio, con Antonella espumeando en Londres y todo. Uno nunca sabe.
Salí corriendo de la función antes de que se terminaran los créditos y crucé hacia el oeste de la ciudad al pituco barrio de Chelsea, donde Sven, un amigo alemán, me había invitado a cenar con su chica y unos amigos en el Chelsea Arts Club. No hice más que poner un pie en el lugar para darme cuenta que la gracia barata no me iba a salir. En general los clubes privados ingleses tienen esa cosa que trata de ser confortable, medio casero. Aquí había pinturas por todos lados, mucho rinconcito y entre varias vueltas y laberintos di con la mesa que buscaba. Aparte de Sven y Holly, su chica que pinta, estaban unos italianos, una pareja de rusos como de 25 que destilaban dinero y que en mis fantasías eran traficantes de armas o hijos de dueños de casinos, dos inglesas insípidas de las que no supe mucho y finalmente yo en un rincón con mi amigo, que acaba de empezar un negocio de importación de unos manís medios raros desde Brasil y dos freaks divertídisimos: Meb, un pakistaní criado en Escocia, diseñador de joyas e interiores, que le estaba haciendo la decoración de una casa a Elton John y, finalmente, Mary, una mujer tan increíblemente cuica que casi parecía imposible creer que hablar con ella estaba ocurriendo en el siglo XXI. La pega de Mary era como directora de arte para Vogue, ni más ni menos. Me divertí con estos dos pelacables, que opinaban sobre todo y de la manera más dispar posible. Lástima que no estoy acá el fin de semana porque me estaban haciendo unas proposiciones bien interesantes. El trago amargo de la noche fue la llegada de la cuenta. Apenas me comí un pescado a la plancha, mínima porción, dos copas de vino y un té. 25 libras, o sea, 30 lucas. Y para más remate mi tarjeta de crédito rebotó dos veces. Tenía 23 libras en cash. Sven me pasó las 2 libras faltantes y luego me vino a dejar a la casa. Y tan bien que iba hasta ahora. Sólo había gastado 18 libras en dos días.
En la mañana me fui a la British Library, uno de mis lugares favoritos en Londres. Para resumir, por fuera parece un templo chino y por dentro parece un taller industrial, pero donde en vez de producir zapatos, por decir algo, se lee. Son unos galpones enormes con tanta gente leyendo, que siempre me dio ese feeling fabril.
A las 6 partí al cine de la BAFTA, la academia cinematográfica británica, cuyos premios bautizados creativamente como los BAFTA awards son el oscar de los ingleses. La ocasión: el estreno del largometraje mexicano-británico "Un Conejo en la Luna". Me costó bancarme la peli completa. Muchos baches. Un elenco mexicano bueno, pero unos actores británicos de segunda, clichés a la orden y un final abierto insoportable para una peli tan derechamente de género. No me retiré antes por solidaridad con el director y el productor que estaban sentaditos en primera fila. Lo bueno fue que en las chelas previas conocí a un par de productores a los cuales les conté el cuento de Retaguardia y quedaron de ir al estreno británico de "Los Debutantes", programado para el 15 de julio, con Antonella espumeando en Londres y todo. Uno nunca sabe.
Salí corriendo de la función antes de que se terminaran los créditos y crucé hacia el oeste de la ciudad al pituco barrio de Chelsea, donde Sven, un amigo alemán, me había invitado a cenar con su chica y unos amigos en el Chelsea Arts Club. No hice más que poner un pie en el lugar para darme cuenta que la gracia barata no me iba a salir. En general los clubes privados ingleses tienen esa cosa que trata de ser confortable, medio casero. Aquí había pinturas por todos lados, mucho rinconcito y entre varias vueltas y laberintos di con la mesa que buscaba. Aparte de Sven y Holly, su chica que pinta, estaban unos italianos, una pareja de rusos como de 25 que destilaban dinero y que en mis fantasías eran traficantes de armas o hijos de dueños de casinos, dos inglesas insípidas de las que no supe mucho y finalmente yo en un rincón con mi amigo, que acaba de empezar un negocio de importación de unos manís medios raros desde Brasil y dos freaks divertídisimos: Meb, un pakistaní criado en Escocia, diseñador de joyas e interiores, que le estaba haciendo la decoración de una casa a Elton John y, finalmente, Mary, una mujer tan increíblemente cuica que casi parecía imposible creer que hablar con ella estaba ocurriendo en el siglo XXI. La pega de Mary era como directora de arte para Vogue, ni más ni menos. Me divertí con estos dos pelacables, que opinaban sobre todo y de la manera más dispar posible. Lástima que no estoy acá el fin de semana porque me estaban haciendo unas proposiciones bien interesantes. El trago amargo de la noche fue la llegada de la cuenta. Apenas me comí un pescado a la plancha, mínima porción, dos copas de vino y un té. 25 libras, o sea, 30 lucas. Y para más remate mi tarjeta de crédito rebotó dos veces. Tenía 23 libras en cash. Sven me pasó las 2 libras faltantes y luego me vino a dejar a la casa. Y tan bien que iba hasta ahora. Sólo había gastado 18 libras en dos días.