Drive Inn en julio
Según mi abuela, ese domingo de 1969 mientras tomaban el té o picoteaban aceitunas, apareció una pareja con una niñita de unos diez años vestida de punta en blanco y con un globo. Claramente se celebraba a la chica. Puede haber sido su cumpleaños o su primera comunión o incluso su confirmación, considerando la precocidad eclesiástica de aquellos años. Un garzón los recibió en la puerta y les impidió pasar. Al padre, moreno y gordito, se le desfiguró la cara. Se trenzó en una embarazosa discusión con el garzón, intentando mantener la compostura, quien sabe si por dignidad propia o por no destrozarle aún más la velada a la pobre niña. La madre no hablaba y la niña rápidamente se puso a llorar. Como el padre insistía en su derecho a una mesa, el garzón los corrió hacia afuera y siguió con este cruel diálogo en las afueras del recinto. Mi abuela y sus amigos se empezaron a atragantar con sus pastelillos o sus irish coffee o quién sabe qué bocados consumirían en esa nefasta tarde de domingo.
Finalmente, el garzón les acomodó una mesa en una terraza al aire libre a esta familia demasiado poco blanqueada. Calor no hacía. Humillación a la que un padre sólo podría considerar someterse por hacer feliz a su hija. Pienso yo. Que lo digan los que tienen hijas.
El mismo garzón llegó poco después a la mesa de mi abuela a preguntar si todo estaba bien. Mi abuela le dijo que no, que cómo era posible que hubiesen dejado afuera a esa familia que venía con la niña. El garzón explicó que en el lugar se controlaba la entrada. Audaz mi abuela, le dijo que se sorprendía que los hubiesen dejado entrar a ellos, si no sabían en qué trabajaban, con mucha suerte iban a poder pagar la cuenta. El garzón ahí se despachó un texto digno de película de Caiozzi: "el ave se reconoce por su plumaje, señora."
Suena a esas historias de inmigrantes árabes y croatas con muchísimo dinero, quienes al invitar a miembros de la más rancia aristocracia chilena a sus fiestas, con la ilusión de ser aceptados en la exclusiva comunidad, se encontraban indefectiblemente al final de la velada con excremento en sus costosas alfombras importadas.